martes, 24 de marzo de 2009

La locura en el arte

¿La locura es un valor agregado en el arte?
Quiero decir ¿la locura de un autor, hace mejor a su obra?

Desde lo personal me apresuro a responder que de ninguna manera podría apreciar más una obra de arte por considerar que su autor padece demencia.
Pero la cuestión me surgió a raíz de ver el documental sobre Daniel Johnston., The Devil and Daniel Johnston.
Al recorrer la historia de ese pobre muchacho atormentado por desordenes mentales y continuas depresiones, uno siente compasión.
Pero cuando uno escucha su música y ve que es considerado una especie de genio uno no puede evitar asombrerse y hacerse la pregunta: ¿es que esa gente que lo admira escuchó realmente su música? ¿será que esa gente lo admira, o intenta admirarlo por compasión?
Intentemos por un momento escuchar esa música y hacer abstracción de las condiciones mentales de su compositor. O imaginemos que el compositor es una persona perfectamente normal. ¿no serían esas canciones francamente desechables, por decir lo menos?

La fama de Daniel Johnston se debe, en primer lugar, a la obsesión de quien se convertiría en su manager, que no dejo de trabajar para que la obra de su artista trascendiera, distribuyendo por dondequiera grabaciones caseras. En segundo término se dio el golpe de suerte: el vocalista de la banda de rock Nirvana tuvo acceso a esas grabaciones, le gustaron y comenzó a usar una remera con el nombre y un dibujo de Johnston. Eso fue suficiente para que el primitivo músico saltara a la fama.

O sea que podemos concluir que para la buena acogida de la obra de Johnston, colaboraron por un lado, su condición de disminuido mental y por otro la celebridad adquirida gracias a esos mecanismos del mundo de la farándula.

Me interesa especialmente detenerme en el primer factor. La idea de locura como fuente de expresión artística surge con el Romanticismo, según el cual el artista es una especie de iluminado al que la obra se le revela desde el exterior, y él y su razón poco o nada tienen que ver con el nacimiento y desarrollo de la obra. El artista se convierte así en un mero receptor. De ahí que la locura fuera bien vista entre los artistas en ese período.
Ahora bien, mantener esa concepción del arte y del artista en estos tiempos, cuando tanta agua ha pasado bajo el puente, parece indicar cierta ingenuidad en materia estética.
Hoy en día sabemos o asumimos que el arte es fruto del trabajo, del estudio, del pensamiento, de la técnica, en fin de un esfuerzo sistemático y perseverante, y quizá de una cuota mínima de suerte, o talento o como se quiera llamar. Tal vez exista la inspiración, pero cuando nos visite nos debe encontrar sólidamente formados para resolver los problemas técnicos propios del arte en cuestión. Si se me ocurre una buena idea musical, debo disponer de los conocimientos necesarios para explotarla al máximo, debo elegir entre los distintos tipos de textura el que más le conviene a la idea: contrapunto, homofonía, monodia, por poner un ejemplo. Incluso podríamos ir más lejos y afirmar, con Herve Fischer, que el artista debe ser un filósofo, añadir a las facultades técnicas las inquietudes éticas y sociales de su tiempo.
En resumen, el artista no es un iluminado, un tipo que ha sido favorecido por la fortuna y ha nacido con dones especiales. Es, por el contrario, alguien que se ha esforzado, que ha estudiado, que ha trabajado durante largas horas de su vida. Y a propósito de horas cito un fragmento de un post sobre el tiempo que se debe dedicar para dominar cabalmente una disciplina específica:
He estado leyendo varios artículos científicos y libros que dicen que se necesitan aproximadamente unas 10.000 horas de estudio y trabajo para dominar una materia. En concreto dicen que hay que repetir “tareas relacionadas” de “temáticas similares” un millón de veces para que el cerebro humano se reconfigure hasta un nivel de maestría en esa materia.
10.000 horas son más o menos 10 años seguidos dedicando una media de tres horas al día a la materia en cuestión. Si esas 10.000 horas se dedican antes de los 20 años parece ser que el efecto es mucho mayor. Estos artículos estudian varios casos de adolescentes “prodigio” que tocan el piano o el violín a niveles de genio. Resulta que todos estos adolescentes “prodigio” realmente no son tan “prodigio”. El resultado es fruto del sacrificio y concentración infinita de estos jóvenes, que desde los 4 o 5 años se han pasado la vida en casa tocando un instrumento musical. Cuando veo a alguien “prodigio” enseguida me empiezo a preguntar lo mucho que le ha costado y admiro su capacidad de sacrificio por lo que le gusta. En esta biografía de Mozart calculan que antes de empezar a destacar, ¡Mozart tocó el clavicordio unas 20.000 horas antes de cumplir los 10 años! Seguramente fue la primera persona de la historia que tocó tanto el clavicordio antes de los 10 años.


Y para cerrar y volviendo al tema de Daniel Johnston y sus admiradores: digámoslo de una vez, simple y claro: a esos románticos trasnochados que admiran a Daniel Johnston les importa un bledo su música, lo importante es que está loco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario